Opinión

Arqueología y expediciones nazis en el cine

Fotograma de En busca de arca perdida
photo_camera Fotograma de En busca de arca perdida
Justo antes de la II Guerra Mundia proliferaron las expediciones arqueológicas nazis. El cine nos ha llevado al norte de África y al Tíbet, entre otros lugares, y a veces lo ha hecho de la mano de personajes de ficción como Indiana Jones. La tapadera de la arqueología, sin embargo, encubría otros fines como espiar al enemigo.
La arqueología nazi fue una búsqueda, y en ocasiones una fabricación de pruebas, al servicio del programa del partido. Las expediciones rastreaban supuestas raíces que demostrasen  la superioridad de la raza aria. Adolf Hitler quería convencer a su pueblo acerca de su destino glorioso, y para ello trató de apoyarse en un pasado "a la altura".

Otro elemento propulsor de estas expediciones se remonta a finales de la I Guerra Mundial, tras el humillante Tratado de Versalles para Alemania, y hasta mediados de la década de los años 30 aumentaron los estudiantes de arqueología prehistórica. Encontraban motivación en la necesidad de buscar ese "pasado glorioso" antes mencionado, y con este fin se enrolaban en expediciones que dependían –en aquel momento- de la organización SS Anhenerbe, dirigida por Heinrich Himmler, sin saber que estaban firmando un pacto fáustico.

Himmler, obsesionado con el ocultismo y la pureza racial, envió arqueólogos a los confines del mundo con la misión de encontrar objetos "de poder" como la Lanza de Longinos y el Arca de la Alianza. De hecho, Himmler sirvió de modelo para Toht, el villano nazi de En busca del Arca perdida, primera entrega de la saga Indiana Jones.



Fotogramas de "En busca del Arca perdida", con Ronald Lacey en el papel del villano nazi Toht. A la derecha, H. Himmler que sirvió de modelo para el inquietante personaje interpretado por Lacey. 


En el plano de la ficción, una ciudad junto al delta del Nilo, Tanis, es el enclave  en el que Indiana Jones encuentra el Arca. La teoría que se propone en la película En busca del Arca perdida es que un Faraón llamado Shishaq (también conocido como Sheshonq, Shesok o Sisac, según las fuentes) atacó Israel en torno al año 925 A.C., y se llevó los tesoros del rey Salomón a Tanis. Sin embargo, si nos basamos en la Biblia y en la estela de Megido (Sheshong hizo grabar sus campañas en el templo de Amón, en Karnak), estas fuentes no mencionan que entre los tesoros requisados por el monarca egipcio figurara el Arca de la alianza.

Por tanto, la tesis propuesta en la película de Steven Spilberg sobre que el preciado tesoro fue llevado a Egipto –donde permaneció oculto hasta nuestros días-, no se sustenta demasiado. De hecho, tres siglos después, en el año 620 a.C., el Arca "reaparece" en Jerusalem. Durante el reinado del rey Josías de Judá existe una referencia en las Escrituras sobre que el Arca debía "regresar" al templo; se deduce, y nos movemos en la leyenda, que los propios judíos lo habían escondido en algún lugar.

Volviendo a la película y a Tanis, Indiana y su amigo Sallah se infiltran en una excavación nazi, y allí, tras algunas indagaciones, llegan a la conclusión de que el Arca se encuentra dentro del Pozo de Almas. Una teoría poco verosímil, de igual modo que lo es el hecho de que los alemanes pudiesen montar un enorme campamento militar para realizar las excavaciones sin levantar las sospechas de los británicos, que controlaban Egipto en ese momento –la década de los años 30- en la que se sitúa la película. No obstante, no olvidemos que es ficción, e Indiana Jones es nuestro héroe.

El paciente inglés (A. Minghella, 1996) también es ficción, a pesar de que algunos personajes y lugares existieron. Seguimos en los años 30, una época en la que Egipto era un protectorado británico. El Cairo era un punto de encuentro de espías, exploradores y buscavidas. Unas aguas revueltas en las que se sabía mover muy bien el conde Lázló E. Almásy. En realidad este noble de familia húngara había sido oficial durante la I Guerra Mundia Monárquico convencido, la caída del imperio austrohúngaro hizo que buscase nuevos caminos en África.

Los intereses del verdadero paciente inglés se cruzan con los de los alemanes que desean recuperar sus territorios en el Norte de África. Bajo la apariencia de expediciones arqueológicas éstos exploran el terreno. Almásy les presta su ayuda y colabora en varias operaciones. La misión del conde es observar los movimientos de las tropas británicas, y pasar una información vital para los altos mandos nazis -como E. Rommel- que darán instrucciones a sus hombres sobre que guarden armas y suministros, y los escondan de los ingleses.



Ralph Fiennes es Almassy en "El paciente inglés". A la dcha, Basílica de San Francisco, en Arezzo, Italia. J. Binoche ilumina con una antorcha los frescos de P. de la Francesca ("Leyenda de la verdadera cruz")


Almásy
busca además el reconocimiento, y para conseguir cierta gloria se traslada a una de las zonas aún "no descubiertas" del mundo: el Sáhara oriental. Explorando el valle de Wadi Sora, en medio de la planicie desértica de Gilf Kebir, descubre un conjunto de pinturas rupestres, la denominada Cueva de los nadadores. Las bellas y negras siluetas de esos nadadores ilustraban el comienzo del film El paciente inglés.

La última de las expediciones en el cine la encontramos en Siete Años en el Tibet (J. J. Annaud, 1997). La película se basa en la autobiografía de un alpinista austriaco, Heinrich Harrer, que en 1936 había sido el abanderado del grupo olímpico de su país en los Juegos Olímpicos de Berlín. Harrer subió a las cimas del Himalaya, pero al estallar la II G.M. fue capturado –junto a su equipo- por el ejército británico de la India. Tras más de cuatro años de reclusión en un campo de prisioneros huyó y atravesó las montañas hasta llegar al Tibet. Allí conoció y llegó a ser amigo del Dalai Lama.



Arriba fotograma de la película. A la derecha cartel en el que Harrer en la ficción (Brad Pitt) aparece con un Dalai Lama niño. En la foto de abajo aparece con el Dalai Lama, en 2005.


Muchos años después, Harrer se vería obligado a reconocer su pertenencia al partido nazi, aunque en su defensa alegó que su afiliación se debía únicamente a su interés en participar en las expediciones al Himalaya organizadas por los alemanes, asegurando que nunca había desarrollado ninguna actividad dentro de las SS. En las expediciones al Tibet también se buscaba el origen ario alemán, y para ello se midieron hasta los cráneos de los tibetanos. En algunas fotos de aquellos viajes se observa de fondo una especie de esvástica, un símbolo que aparentemente compartían los expedicionarios y los habitantes del Tíbet.

El alpinismo de alta montaña era en realidad una experiencia existencial extrema. Después de perder la I Guerra Mundia seguían con un sentido militar de la vida, continuaban con los desafíos y un espíritu de combate que se trasladaba a las cimas. No había romanticismo, sólo un reto en línea con el pensamiento nacional socialista. Una forma de pensar que, según avanza la película, Harrer va desechando para seguir su propio camino de purificación.