Opinión

Anatomía de una secuencia: "El paciente inglés"

¿Y ahora que se acerca la primavera, por qué no nos vamos a la Toscana italiana? En Arezzo podremos ver los increíbles frescos de Piero della Francesca, en Camprena, la abadía de Santa Ana con su hermosa torre... y todo ello subidos en unas poleas y con una bengala en la mano, imitando a Juliete Binoche en El Paciente inglés. Una película que se llevó nueve estatuillas en la Gala de los Oscar de 1996.

La secuencia de la visita de Hana y Kip a la iglesia de San Francisco, en Arezzo (Italia), es una de las más bellas del cine. Un sistema de poleas y estribos permiten que Juliette Binoche, en su papel de una joven enfermera de la Cruz Roja durante la II Guerra Mundial, sobrevuele la capilla mayor de la iglesia para ver sus frescos a la luz de una antorcha. Mediante esta tramoya aérea desciende como un mensajero de la luz, y parece evocar una escenificación tradicional del Domingo de Resurrección: "la bajada del ángel". Es el triunfo de la luz sobre las tinieblas.

Al comienzo de esta secuencia de El paciente inglés (Anthony Minghella, 1996), Kip (Naveen Andrews), un teniente sij que desactiva bombas, lleva en su moto a Hana hasta la iglesia de Arezzo -protegida por sacos para evitar que las bombas dañen su estructura-. La fascinación por el descubrimiento de los frescos, obra de Piero de la Francesca, es comparable al que nuestros antepasados debieron sentir al ver por vez primera las pinturas de las cuevas prehistóricas. Algo similar le sucede a Almásy (Ralph Fiennes), el supuesto "paciente inglés", cuando descubre las pinturas rupestres escondidas en la Cueva de los Nadadores, en la meseta de Gilf Kebir, en Egipto. La excepcional labor de edición del montador de la película, Walter Murch, consigue que a partir de numerosos flashbacks y sugerentes paralelismos, identifiquemos la expresión de sorpresa de Almásy ante el hallazgo pictórico, con la de Hana ante los frescos italianos.



  Izquierda: Cueva de los Nadadores (Egipto). Derecha: Almásy descubriendo las pinturas. La iluminación     adquiere gran importancia. El director Minghella, como hiciera Piero della Francesca, juega con la luz.


Walter Murch, ganador de dos Oscar por esta película –en las categorías de mejor montaje y mejor sonido-, ejerce una especie de influencia subliminal sobre el espectador. Hace que el tiempo se detenga a partir de "sonidos metafóricos", como explica en el libro El arte del montaje. Una conversación entre Walter Murch y Michael Ondaatje (Plot Ediciones, 2007). Ondaatje (autor de la novela El paciente inglés), en una de esas conversaciones, le cuenta a Murch que le parece escuchar una campana lejana en una escena de la película en la que el "paciente" se está comiendo una ciruela. El montador le confirma que su sensación está bien fundamentada: "Sí. Introdujimos el sonido de una campana (…). Fue para sugerir el despertar de la memoria. El paciente, al comer la ciruela, empieza a recordar (de hecho su primer flashback llega un minuto después). La campana (…) le señala el pasado; toma el relevo del sabor de la ciruela como catalizador de la memoria". Podría decirse que la ciruela adquiere connotaciones "proustianas".  

Oímos sonidos que sugieren, y que dan la sensación de que los personajes están en una cueva, o en una "habitación-cueva", como en el caso de la otra gran historia de amor: la de Almásy y Katharine Clifton; la pasión envuelve a la pareja, aunque subyace una conexión intelectual. Es una relación que se mueve en la clandestinidad, y en la película se muestra, a modo de metáfora, con espacios opresivos -cuevas, habitaciones de hotel, coches en el desierto, etc-. Por oposición, Hana y Kip se mueven en espacios abiertos. Es una relación más instintiva, y en cierto modo más básica en la comunicación, ya que el idioma en el que se entienden  -el inglés- no es la lengua materna de ninguno de los dos: ella es francófona canadiense, y él, un indio sij que se mueve mejor en lenguas índicas, como el hindi y el panyabí-. 



  Arriba: Almasy y Katharine en un hotel en El Cairo, y en Gilf Kebir. Abajo: Hana y Kip con destino a    Arezzo y en la villa San Girolamo, Fiesole. (localización real: Monasterio de Santa Ana, Camprena)


En una escena anterior a la secuencia que nos ocupa, Hana -desde la casa en la Toscana-  observa a Kip, y en la contraventana se refleja una imagen idéntica al cuadro La isla de los muertos, de Böcklin. La explicación podría estar en que el pintor suizo vivió cerca de Florencia, en Fiesole. De hecho, en el cementerio inglés de Florencia está enterrada su hija María. Y también muy cerca, en la capilla de Monterchi –a 20 km de Arezzo, la localidad de los frescos de Piero della Francesca- se encuentra un estanque de piedras cubierto de cipreses: una localización real que pudo inspirar a Böcklin. Un paisaje –el toscano- evocador para el cine y la pintura.
   




Volvemos a las pinturas de la Capilla Bacci en la Basílica de San Francisco de Arezzo, en la Toscana. Se trata de un ciclo de catorce frescos  denominado "La Leyenda de la Vera cruz", que Piero della Francesca pintó entre 1452 y 1466. En los años 90 del siglo pasado comenzó su restauración, que acabó en 2000 (en la película, que es de 1996, aparecen las pinturas como antes de restaurarse). Los frescos que ilumina Hana en primer lugar son los del Encuentro de Salomón y la reina de Saba.

Otra de las imágenes del ciclo corresponde a El sueño de Constantino, una de las primeras escenas nocturnas del arte occidental; y de los primeros claroscuros. Se aprecia el resplandor de las antorchas –como la bengala de Hana o la linterna de Almásy-. El autor polaco Zbigniew Herbert afirma sobre este ciclo pictórico en su delicioso libro de viajes Un bárbaro en el jardín (Acantilado, 2010): "sobre la lucha con las sombras, las convulsiones, el ruido y la rabia, Della Francesca construyó un ´lucidus ordo´, un orden eterno del mundo y del equilibrio".



  Frescos de Della Francesca. Izquierda: Salomón y la reina de Saba. Derecha: El sueño de Constantino  

En la novela de Michael Ondaatje, en la que se inspira la película, no existe "tal cual" la secuencia cinematográfica analizada. Es cierto que Kip va en moto a Arezzo, y  contempla los frescos de su iglesia -colgado de unas poleas, e iluminado por una bengala-, pero no le acompaña Hana, sino un anciano medievalista, que forma parte de una avanzadilla de profesores de Oxford, que visitan el patrimonio artístico italiano a medida que los aliados van liberando las ciudades. Sin embargo, si coincide con el libro la romántica iluminación de la villa, a base de conchas de caracolas rellenas de aceite; forma parte de los preparativos que realiza Kip para celebrar el cumpleaños de Hana y los cuarenta y cinco años transcurridos del siglo en el que ha tocado vivir.