Opinión

Juan Goytisolo, viajero por los campos de Níjar / Manuel Rico

Cortijo del Fraile. Almería.
photo_camera Cortijo del Fraile. Almería.

En 1958-59, cuando Juan Goytisolo recorrió, a pie y en autobús, los campos de Níjar, era un territorio que no era difícil confundir con el del norte de África. "Letras viajeras" vive, con Goytisolo, aquel viaje en blanco y negro. Hoy, gran parte de la provincia de Almería es un territorio de invernaderos y huertas. Un horizonte de plásticos con nuevos métodos de cultivo que han revolucionado su economía. Una tierra a años luz de la que nos describe en su espléndido libro "Campos de Níjar", todo un clásico.

Los narradores de la generación del 50 que hicieron literatura de algunos de sus viajes no lo decidieron sólo por razones estéticas o por una especial devoción por los lugares que visitaron. Sus letras viajeras fueron, en gran medida, letras de denuncia, crónica amarga de lugares y gentes perdidas de la mano de Dios y del gobierno de turno.

De entre los muchos viajes que dejaron escritos, hoy opto por el que, en 1960, publicó Juan Goytisolo, todo un clásico del género: Campos de Níjar. Aunque en el libro no consta la fecha en que el escritor barcelonés se dejó caer por tierras de Almería, presumo que debió ser allá por el verano de 1958 o de 1959, cuando vivía en París. En él, Goytisolo recorre los campos de Níjar en autobús de línea y a pie. Realiza una incursión en la geografía más inhóspita, quizá menos desarrollada de la España de la época. La sierra del Cabo de Gata y la comarca donde se asienta el pueblo de Níjar se convierten, gracias a la palabra de Goytisolo, en metáfora de la pobreza y de la carencia de horizontes. Carreteras polvorientas, secarrales, chumberas y olivos en precario, pueblos casi aldeas hechos de cuevas, chabolas y edificios endebles, restos de ermitas perdidas en medio del campo, niños expectantes ante el viajero que se limpian los mocos con la manga de la camisa, viejos resignados a la insalubridad y a la miseria.

Níjar, Rodalquilar, Carboneras, Gata, el Cabo, son paradas de un itinerario tan hostil desde el punto de vista climático, arquitectónico, medioambiental, como hospitalarias y cercanas son sus gentes. La dureza del paisaje se ablanda a veces con ventanas abiertas a un mundo distinto, hasta cierto punto símbolo de la utopía para las gentes del lugar: la Barcelona a la que representa el propio Goytisolo, lugar de emigración y sueños de algunos de los personajes con que se cruza en el camino; el París mítico e inalcanzable donde él vive y del que procede una pareja de cuarentones de nacionalidad francesa que en un tramo del camino, a borde de un Peugeot 403, se dirigen a él para preguntar por algún lugar donde encontrar agua.

Con Goytisolo se cruzan los más diversos personajes: alfareros que pasan los días frente al torno, mujeres de luto prematuramente envejecidas como Modesta, la mujer con la que se encuentra al poco de llegar a Níjar, o el grupo de chavales que, guiados por la curiosidad, sigue al narrador en uno de sus paseos por el pueblo: "Van pobremente vestidos, con pantalones heredados de sus padres y hermanos pero, en vez de gritar y alborotar como los de cuevas, caminan detrás de nosotros en silencio, a respetuoso silencio". La crítica, al referirse a este libro, ha hablado de lenguaje limpio, directo y ágil, pero quizá no ha destacado con el suficiente énfasis la belleza de algunas de sus descripciones. 


 
Descripciones que nos hacen viajar a lo sórdido y seco de la región, pero también a una vida interior sencilla, con pocas ambiciones de gentes que sólo sueñan con librarse de la miseria. Así llegamos con Goytisolo al cruce de Rodalquilar: "la carretera se africaniza un tanto:" -escribe- "cantizales, ramblas ocres y, a intervalos, como una violenta pincelada de color, la explosión amarilla de un campo de vinagreras". O contemplamos la costa en la lejanía: "Entre el Cabo de Gata y Garrucha media una distancia de costa árida y salvaje, batida por el viento en invierno (...). Hay acantilados, rocas, isletas, calas. La arena se escurre con suavidad entre los dedos y el mar azul invita continuamente al baño".
 
Sólo la proximidad de algún cortijo o las zonas de huertos que bordean los pueblos que el escritor visita, apaciguan la austeridad de un paisaje cuya belleza está precisamente en su parecido a determinadas zonas del norte de África ("la calina embruma los campos. La tierra parece calcinada y las nubes coronan los picos de la sierra"). Hay viejas minas, abismos en cuyo fondo seco crecen matorrales y hierbas aromáticas, hay una extraña, casi surrealista, arqueología industrial y minera ("Yo me acuerdo de Garrucha, con sus fábricas y fundiciones en ruinas") que oculta sucesivas oleadas de emigración a regiones y países del norte. Hay pequeñas localidades costeras: Las Negras, Escuyos, San José, Carboneras ("lagartos y piedras", es lo más pobre de España", dice uno de los lugareños), Agua Amarga.
 

Goytisolo comparte autobús y conversación con gentes de lo más diverso. En Campos de Níjar hay mucho diálogo, mucho intercambio de impresiones, mucha nostalgia de un tiempo y de unas tierras más ricas que aquellas en las que viven. Los lugareños añoran el Mar Menor y los pueblos al norte de la Costa, evocan Málaga, a donde fueron a hacer la mili o a visitar a algún médico, como el colmo de la abundancia ("allí sí que hay vida", dice un comensal que acompaña al autor en una de las humildes fondas del camino),hablan de sus enfermedades y de la escasez de médicos, invitan al viajero a beber un vino seco o muestran, de modo involuntario, la realidad política de la España de 1959: "Joaquín y su mujer se afanan limpiando el pescado y nos traen una botella de vino. En la pared hay una cartulina amarillenta, con las banderas española, italiana, alemana y portuguesa el retrato en colores de Salazar, Hitler, Mussolini y Franco". 
 
A lo largo de tres días, nuestro autor ha vivido intensamente la dureza de un mundo que tardaría años en cambiar, que en los años setenta sería convertido en telón de fondo del "espagueti western" y que la democracia y el desarrollo harían de él tierra de invernaderos y horizontes de plástico a cambio de empleo y nivel de vida. Goytisolo culmina su recorrido por los campos de Níjar en un viaje en autobús en día de tormenta, algo infrecuente en aquel territorio: "El cielo era como un océano embravecido y en el campo había uno de esos silencios expectantes que preceden a la explosión de la tormenta: bandadas de pájaros volaban a ras de suelo, el aire estaba embebido de luminosidad".

Con él, también nos despedimos de Níjar y sus campos.