Opinión

En "La isla dorada" con Miguel de Unamuno / Manuel Rico

Paisaje de Mallorca de Joaquim Mir
photo_camera Paisaje de Mallorca de Joaquim Mir
En la segunda década del siglo XX, Miguel de Unamuno viajó por el interior de España y de esos viajes dejó constancia en "Andanzas y visiones españolas". Una de sus experiencias viajeras menos divulgada fue la que vivió en la isla de Mallorca. Un viaje lleno de luz, de color, de olores.


Asociamos la obra de Miguel de Unamuno  a la austeridad paisajística de Castilla o a la oscuridad lluviosa de su Bilbao natal. Sin embargo, fue un viajero enamorado de otras zonas de España, algunas tan poco identificables con su sensibilidad y su "sentido trágico de la vida" como la isla de Mallorca. Sí, Miguel de Unamuno estuvo en Mallorca, recorrió la isla y fue un cronista de atenta mirada e iluminador lenguaje. En su libro Andanzas y visiones españolas, citado otras veces en este blog, podemos leer su experiencia viajera (una de sus "excursiones"), por ese territorio en el verano 1916. El texto lleva un título seductor: "En la isla dorada" y fue publicado en octubre del mismo año en El Imparcial. Y está escrito en un lenguaje cargado de brillos, de luz, de color, de metáforas que en la pluma unamuniana parecen llegarnos de un raro estado de gracia. 





"Diríase una isla de piedras preciosas, de esmeraldas, de topacios, de rubíes, de amatistas, bañándose al sol en su propia sangre. Pues es el mar como sangre de piedras preciosas". Así sintetiza su primera visión de Mallorca, recién llegado de Barcelona, el autor de Niebla o de La tía Tula.  El mar, que es luminoso y mediterráneo, homérico, y  que describe como una visión deslumbrante contrasta con otro mar, muy conocido de otros escritos de Unamuno: "parece haberse derramado de las entrañas de las rocas, no es el mar tenebroso que cantara Camoens", escribe  el escritor bilbaíno.



Pero la "isla dorada" es mucho más que el mar: es una naturaleza desbordante, que se despliega en altas montañas cubiertas de vegetación, en afilados barrancos, en calas inverosímiles por su belleza ("aquí la naturaleza es sueño", afirma), pintada en lienzos memorables, según nos cuenta don Miguel, por Joaquim Mir, el artista que hizo de Mallorca y de sus paisajes los protagonistas esenciales de su obra. La primera excursión que nos cuenta Unamuno se extiende desde la ciudad de Inca al santuario de Lluch y de éste a las esplendorosas bahías de Pollensa y de Alcudia. Entre hoces y barrancas, junto a saltos de agua como el de la Belladona, el poeta y filósofo accede al santuario  que es a la isla como "el ceñidor de las montañas con sus picachos por almenas, como otra isla, un reposadero de calma y de ensueño".





Desde el santuario, Unamuno camina hacia Pollensa. Ha bajado al valle de March entre naranjos y albaricoqueros y granados en flor. Allí pernoctará y al día siguiente se verá cautivado por el cabo de Formentor, un lugar que medio siglo después, en 1959, acogería los encuentros literarios que promoviera el mítico Carlos Barral. De Pollensa a Alcudia, la ciudad que "sueña entre las dos bahías".  Y de allí, a Manacor cruzando la fertilidad hortelana de la Pobla y el ejército de molinos de rueda y pequeñas aspas. De ellos dirá don Miguel: "Aunque no son esos viejos molinos de viento, los de velas, los de Don Quijote, los que os saludan como con la mano".



La segunda excursión contada en "La isla dorada" se extiende hasta Sóller.  Sóller entre rocas, Sóller como un amasijo de casas entre la verdura, Sóller con ferrocarril que llevaba (y lleva, casi un siglo después), a Palma. Y el escritor nos habla de sus habitantes. De los que viven en la ciudad y, sobre todo, de los que se fueron, de los que buscaron cómo vender los productos de su huerta por otros pagos. "Se fueron más allá, sobre todo al Mediodía de  Francia, a toda Europa, a vender sus naranjas". Durante un buen rato conversa con unas monjas en la iglesia de Fornalutx, reflexiona sobre el orientalismo de Ramón Llull y se apresta a acometer la segunda fase de la excursión, desde Sóller a Palma: por carretera, no en el ferrocarril que atraviesa un larguísimo túnel y en el que, en aquella época, uno se manchaba de humo y de carbonilla. Y la carretera, que ofrece naturaleza y lentitud, es así descrita por Unamuno: "es un cinematógrafo de paisaje y con más de cincuenta rápidas revueltas  para bajar al valle". 





Un pueblecito, casi aldea entonces, que cautiva a nuestro autor es Deyá. Una localidad que tiene algo de los pueblecillos de cartón que se colocaban en los belenes y ante cuya visión en la lejanía don Miguel reflexiona sobre la falta de impulso de los sucesivos gobiernos para promocionar semejantes milagros de la naturaleza en otros países, al igual que lo hacían otros gobiernos europeos. Ahí está el filo reivindicativo unamuniano... Escribe: "No comprendo cómo no se ha popularizado ya como esos otros pueblecillos de los bordes de los lagos suizos o italianos o de la cornisa francesa".



Valldemosa, la cumbre del Teix, a donde subió acompañado de un buen amigo, el Miramar…. Escenarios inimitables, apegados a un paisaje no carente de leyendas populares, de canciones con paralelismos extraños con otras canciones de la lejana Castilla, y protagonistas de la historia universal de la literatura y del arte: así, Unamuno recapitula sobre la presencia de George Sand junto al músico Chopin en la isla y sobre todo en Valldemosa; nos habla de la huella de un Rubén Darío que pasó una temporada en el lugar cuando enfilaba la última etapa de su azarosa vida: "La cartuja de Valldemosa está henchida de recuerdos del pobre Rubén".  Y nos habla de campesinos, de monjes, de comerciantes y pescadores. Y de Blanquerna, personaje central de la novela ascética de Ramón Llull.





Unamuno viaja y medita en torno al paisaje. Y la meditación está trufada de filosofía, de comparaciones con otros espacios y otra naturaleza. Y, como decíamos al principio, muestra su calidad de escritor literario, su magistral y no siempre reconocido dominio del lenguaje poético en una prosa que nos cautiva. Termino con la transcripción de un párrafo en el que describe el chirrido de la cigarra bajo las copas de los olivos mientras subía a las alturas del Teix: "Y yo, pensando en la mala fama que el malicioso fabulista le ha dado al insecto que tanto amaron los griegos, pensé si su chirrido, que parece un estremecimiento de la luz en el follaje, no será un trabajo o si no ayudará a que las aceitunas maduren antes y mejor".