Opinión

El Duero de Julio Llamazares II / Por Manuel Rico

Tras las antiguas rejas, asoma del castillo de Berlanga de Duero
photo_camera Tras las antiguas rejas, asoma del castillo de Berlanga de Duero
Soria quedó atrás y Llamazares, en su Cuaderno del Duero, enfila el camino hacia Almazán para llegar a Berlanga y, más tarde, dirigirse, cruzando pequeños pueblos y aldeas, hasta la cuna de los vinos de Vega Sicilia. Su viaje, llevado a cabo en la primera quincena de mayo de 1984, es un canto a la naturaleza, a las gentes y a la literatura viajera.
De  Soria a Almazán y de Almazán a Berlanga de Duero por tierras en las que la orografía alcarreña (aunque no estemos en La Alcarria) se mezcla con los primeros rastros de la tierra de pinares en que acaba por convertirse Soria según se avanza hacia el norte.  Allí, en Berlanga, Julio Llamazares paseará sus alrededores, conocerá a algunos seres anónimos y dará nombre a otros: Adela, o Estefanía, vecinas de una de las viviendas en que se transformó hace décadas el viejo palacio de Velamazán. Poco sabemos de sus rasgos físicos , pero el narrador y viajero sí destaca que Estefanía "tiene un gato y una perdiz en una jaula".



Avanzamos por las páginas del Cuaderno y por las "tierras de pan llevar", surcadas de alamedas y hortales en las proximidades de arroyos y afluentes sin nombre del padre Duero hacia Tierraelburgo, hacia San Esteban de Gormaz, hacia Peñaranda… La ribera vinícola de Aranda y Roa serán estaciones que visitará nuestro autor hasta concluir la ruta en Sardón, no lejos de la mítica  bodega de Vega Sicilia, santuario de los caldos inalcanzables para el bolsillo medio, más aún  en tiempos de crisis como el que vivimos. Allí, en la patria por excelencia de los vinos "Ribera del Duero", terminará un viaje en el que, como lectores y aficionados a la ruta imprevista y al camino a pie, y gracias a la palabra, hemos tenido la fortuna, de conocer:  posadas, senderos, bares, colmados, iglesias, puentes y, sobre todo, las distintas caras del Duero, del "río duradero" al que cantara, en su Zamora natal, Claudio Rodríguez, su amante-poeta.

Es en ese momento cuando el lector recapitula, recorre a la inversa las páginas del Cuaderno y, con la pereza de quien se siente a gusto en un lugar vivido durante algunas horas y no quiere aún, abandonarlo, busca momentos que le cautivaron en la primera lectura pero de los que que no gozó lo suficiente. Y en esa recapitulación vuelve a Matute, entre Almazán y Berlanga, a cuya entrada lo único que ve el viajero “son dos pequeños autobuses aparcados en un prado y pintados con letras azules: "Circo de los Hermanos Rochi", como una imagen llegada de otra época. "Auténtico neorrealismo. Auténticos años cincuenta", escribe Llamazares.


Duero entre álamos. Visto desde el castillo de Gormaz


También volvemos, con la lectura, a Duruelo, a Casa Pirracas, cuyo dueño (que se llama Patricio, pero al que su abuelo apodó Pirracas) sirve al viajero "unas judías con chorizo y un lomo de mucha enjundia, mientras por la ventana vemos la niebla, que continúa agarrada con tozudez a las crestas del Urbión". O nos trasladamos a Langa para ser testigos de otro alarde neorrealista: en un cartel se anuncia la función de una llamada "Gran Compañía de Comedias Amaya" con la puesta en escena de la obra Qué hacemos con los viejos.  La escena nos remite a los actores nómadas de El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez, pero no podemos quedarnos atrapados en ella. Por eso, antes de despedirnos visitamos el pueblo burgalés de Vadocondes para ser testigos de una escena que evoca, sin quererlo, al "hombre del casino provinciano" al que cantara  Antonio Machado ": "Mientras comemos" —escribe Llamazares— “cuatro hombres juegan a la baraja. De vez en cuando, se vuelven para mirar la película de la televisión, que aborda de manera difusa un asunto de adulterio.  —¡Mátala, hombre, mátala! ¡A mí iba a hacerme eso la mujer! —grita uno de los cuatro”. Machismo ibérico, ancestral, inexcusable.



Pero como todo en la vida tiene su final, incluso este viaje de Julio Llamazares en el que han dominado los días nublados y la propensión al chubasco, regresamos al lugar donde el viajero había terminado la ruta: el Sardón próximo a la bodega de Vega Sicilia. Y, con calma, nos recreamos en el final de las letras viajeras que han llenado el Cuaderno del Duero: "La noche ha caído y sigue lloviendo. Sardón está solitario. Y nosotros, cansados, nos vamos a dormir sintiendo en la cabeza el sonido de la lluvia y, tras ella, un paisaje de castillos y conventos arruinados en los que borbotean los rezos y el caldo de las morcillas y el agua del río Duero, que sigue, ajeno a su marcha...".