Opinión

Gentes y tierras con corazón de roble: Soria

Ermita de San Saturio sobre el Duero
photo_camera Ermita de San Saturio sobre el Duero

En la pasada primavera leí los primeros capítulos de Corazón de roble, de Ernesto Escapa, un apasionante viaje a lo largo del río Duero y sus afluentes. Desde Urbión y los campos de Soria a la urbe de Oporto. Libro denso de lectura fluida (aunque parezcan términos contradictorios) que nos acerca las gentes, los pueblos y aldeas, la naturaleza que el Duero baña. Dada su variedad y la extensión del viaje que Escapa nos cuenta, me referiré a él en otras entradas.

 

En la de hoy, es Soria, provincia en la que nace y en torno a cuya capital, como escribió Machado, "traza el Duero su curva de ballesta", la protagonista. Ernesto Escapa  entra en la ciudad de iglesias románicas y calles de soportales y sombras, visita el instituto donde don Antonio daba sus clases de francés, nos cuela en la iglesia de Santo Domingo, o en la de San Nicolás, o en la Concatedral de San Pedro y nos invita a meditar en sus interiores frescos y olorosos a incienso; desciende, caminando, hasta el río y sus extensas praderas, nos acerca a Numancia y sus ruinas, nos devuelve a la ciudad, baja de nuevo al río, hasta el mágico y dorado (dorada piedra del románico) monasterio de San Juan de Duero y nos  deja paseando bajo los álamos hasta llegar a la ermita de San Saturio ("álamos del camino en la ribera / del Duero, entre San Polo y San Saturio").

 

Ese viaje con las palabras a la orilla del Duero me trajo a la memoria una tarde de julio de 2008: había un cielo de nubes rizadas y viento calmo. Contemplé, a lo lejos, San Saturio con una luz especial y vi la posibilidad de atrapar el instante. Ahí lo dejo, en la fotografía que abre este post.

 

Desde este Madrid urgente y millonario de habitantes, visitar, aunque sea con la lectura, una ciudad como Soria, en la que la modernidad se posa sin que se quiebre la sensación de tiempo detenido que se respira en sus calles, en sus cafés, en sus tiendas (mercerías, papelerías, pastelerías, alguna antigua taberna), en su viejo y sabio Casino Numancia --en cuyo edificio, en breve, estará la Fundación Antonio Machado y en una de cuyas salas he tenido la fortuna de leer poemas--, es una experiencia que gratifica, invita e incita. ¿A qué? Pues a tomar el coche, o el tren, o el autobús, y perderse por un par de días como poco entre sus calles centenarias para vivir la experiencia a la que el libro de Escapa nos conduce inevitablemente. Y sentir que, al menos en parte, nuestro corazón tiene algo de ese Corazón de roble cuya coronaria avanza desde Urbión a Oporto. Y que, en Soria, late alimentado por versos de Gerardo Diego, por la prosa densa e iluminadora de Gaya Nuño, por las memorias de Dionisio Ridruejo o por los poemas de García Nieto evocando Covaleda. Pero eso, Covaleda, vendrá después. Buenas tardes.