Opinión

Por el sueño navegable de Castilla, con Guerra Garrido

Esclusas del Canal de Castilla, a su paso por Palencia
photo_camera Esclusas del Canal de Castilla, a su paso por Palencia
A mediados de los noventa, Raúl Guerra Garrido inició una larga "excursión" a pie a lo largo del Canal de Castilla, un río artificial que discurre por las provincias de Valladolid, Burgos y Palencia. Fue un sueño ilustrado del siglo XVIII que se realizó a medias. Hoy queda el canal y multitud de vestigios de un pasado industrial y prometedor en el que Castilla buscaba soñaba con abrirse al mar. De esa caminata surgió el libro CASTILLA EN CANAL.

¿Castilla tuvo puerto de mar o fue sólo el espejismo de una disposición legal que añadió a Santander (hoy Cantabria) al viejo mapa de Castilla la Vieja? Jurídicamente tuvo puerto de mar durante muchos años. Tantos como duró una legislación que otorgaba a esa Castilla norteña, además de las provincias de Burgos, Logroño, Segovia y Ávila, la de Santander. Pero lo jurídico no resiste la prueba de la realidad. En este caso de la naturaleza, de la orografía… Cantabria es una región diferenciada con claridad de Castilla, más vinculada a las provincias de la cornisa cantábrica que a cualquier ilusoria pertenencia a la Castilla cereal, de llanuras amarillas y alamedas perdidas en un horizonte inabarcable.

 

Foto "Otoño en canal", de José Ignacio Santamaría.

 

La realidad, no la ley, fue lo que llevó en 1735 a Antonio de Ulloa, científico innovador y navegante, a proyectar un “canal de navegación y riego para Castilla y León”, de tal modo que Castilla acabara por disponer de una salida al mar. Fue un proyecto valiente, hijo del afán ilustrador de Ulloa y de ciertos sectores del comercio y la precaria industria de la Castilla del siglo XVIII. La obra se inició aquel año pero el canal (con más de 200 kilómetros de trazado), no llegó al Cantábrico.

 

De todo ello, pero sobre todo, del camino y sus avatares, escribe, en su magnífico libro Castilla en canal, el novelista madrileño Raúl Guerra Garrido.  El libro, escrito en la segunda mitad de la década de los noventa del pasado siglo es la crónica de una pasión descubierta, casi por casualidad, una década antes,  en el saco de Roma, tras hojear un viejísimo libro editado ¡en Caracas!, en 1918 y titulado Andanzas de un poeta por Castilla la Vieja, del poeta desconocido Néstor García Colombani. En ese libro, Guerra Garrido encontró grabados y alusiones a un “alocado proyecto de gigantes” llamado Canal de Castilla. Después, según nos cuenta en su prólogo, se encontró con multitud de restos y con tramos de esa obra en el espacio que media entre la Nacional I, que une Madrid con Burgos, y la Nacional VI, que va desde Madrid  a La Coruña.

 

 

 

El autor se lanza al camino un 27 de mayo y decide recorrer los más de 200 kilómetros de una vía de agua que formó parte de la Ilustración, a cuyo través se pretendía llevar grano de Castilla al puerto de Santander y trasladar, a su vez, el fruto de la pesca o parte de los materiales (desde alimentos a objetos decorativos y otros productos) que llegaban de allende los mares a España. Con Guerra Garrido nos adentramos en un universo amputado, en lo que pudo haber sido y no fue. Subimos, a través de la provincia de Burgos, canal arriba, hasta Amayuelos, avistamos pequeñas localidades como Piña de Campos, Boadilla del Camino, Naveros del Pisuerga o Frómista, la joya del románico, de todos los románicos. 

 

 

 

En el tramo del Canal que deja atrás Palencia para avanzar, hacia el sur, hasta las cercanías de Medina de Rioseco, caminamos por Paredes de Nava o Villamaniel, entre otros pueblos. Y en el que, hacia el sureste, desciende hacia Valladolid (donde, paradójicamente, se inicia la ruta del escritor madrileño) nos encontramos con Villamuriel de Cerrato, con Dueñas o Venta de Baños.

 

 

 

Todos son pueblos con un trasfondo legendario, medieval, que se amalgama, en la prosa de Guerra Garrido, con la visión de una apasionante arqueología civilizatoria e industrial. Avistamos una alta chimenea de ladrillo visto casi en ruinas. Visitamos la vieja dársena de Valladolid (de donde hoy arrancan las rutas turísticas y en la que inició Eco-Viajes en su recorrido por el canal cuyo reportaje y video podéis ver pulsando aquí), todo un puerto de tierra adentro donde se percibe la huella de la ambición ilustrada, contemplamos, caminando por la orilla, las ruinas de fábricas de harina que tuvieron un tiempo esplendoroso, cuando  a mediados del siglo XIX el canal tenía vida económica: Harinas Cabildo, Harinas César Yllera, o la legendaria Harinas Estrella de Castilla. Gozamos de la sombra de las alamedas, nos asombramos ante la combinación magnífica de colores del paisaje (el amarillo del trigal y el verde de las copas de los árboles), nos encontramos con pescadores furtivos del cangrejo autóctono, respiramos la paz de algunos monasterios, especialmente el de San Isidoro de Dueñas, monasterio cisterciense que ocupa La Trapa y hasta nos dejamos embaucar, gracias a la palabra de Guerra Garrido, por una imagen propia del director Fritz Lang en la Estación ferroviaria de Venta de Baños: “La imagen –escribe el autor de Castilla en canal—es la de una estación solitaria con breves luces oscilantes y nubes de vapor añadiendo misterio al fantasmagórico entorno”.

 

 

Castilla en canal es un hermoso libro en el que, junto al texto, nos encontramos con la reproducción de evocadores grabados que nos hablan de una época y de un sueño irrepetible: de la dársena de Valladolid, de la grúa que aún pervive, de las fábricas de harinas, de viejas máquinas empleadas en su limpieza, de una fábrica de papel... En fin, una invitación lectora y viajera que nos conmueve e incita.