Opinión

"Horas en Córdoba" con Azorín / Por Manuel Rico

Mezquita de Córdoba. Fachada principal. Foto de Malva Rico Zamora
photo_camera Mezquita de Córdoba. Fachada principal. Foto de Malva Rico Zamora
"Horas en Córdoba" es el título de uno de los capítulos del libro "España. Hombres y paisajes", de José Martínez Ruiz, Azorín. Data de la primera década del siglo XX (el libro se publicó en 1909) y en él nos cuenta su paseo matinal por las callejas de la histórica ciudad, desde la fonda en que se aloja hasta la catetral o Mezquita.

A lo largo de mi vida, siempre he llevado en la memoria, como la ceniza de un descubrimiento, unas palabras de Azorín leídas a los catorce años en el anexo del libro de literatura de cuarto de bachiller:

 

“Eran las primeras horas de la mañana; se respiraba un aire fresco y sutil;  estaba el firmamento despejado, radiante, de un azul intenso. He dejado la casa. He comenzado a recorrer callejuelas retorcidas y angostas. Córdoba es una ciudad de silencio y melancolía”.

 

Recuerdo cómo mi profesor de entonces, don Jaime, explicaba la nitidez de la prosa azoriniana a partir de este texto: frase corta, prístina, directa, que nos sitúa de inmediato en el lugar que el escritor describe y nos invita a visitarlo, a vivirlo, a hacerlo nuestro. 

 

 

Nunca volví a leer aquella sucesión de frases luminosas. Quedaron grabadas en mi mente pero por más que las busqué entre los libros de Azorín, no llegué a encontrarlas. Sin embargo, hoy, domingo de Ramos según el calendario católico, al revisar viejos libros en nuestra biblioteca de la montaña, m he encontrado con un muy sobado volumen de la colección Austral escrito por Azorín. Su título, España. La edición es de 1967 aunque el libro fue publicado  por vez primera en1909 (España. Hombres y paisajes). De pronto, se ha avivado en mí aquel recuerdo escolar y he husmeado el índice. Uno de sus capítulos se refiere a Córdoba. Su título: “Horas en Córdoba”. No lo he dudado. He ido a él y me he reencontrado con el Azorín de mi adolescencia.

 

 

Y he viajado. He vuelto a comprobar, de manera gozosa, cómo la palabra puede hacernos viajar y disfrutar del viaje. Leemos y paseamos con el maestro Azorín por una ciudad detenida en el comienzo del siglo XX. Respiramos su amanecer, nos asomamos a sus pequeños patios interiores, avanzamos por una maraña de calles “pequeñas, angostas”, en las que las fachadas que las circundan son de un blanco luminoso. Así las describe Azorín:  “Las casas están jaharradas con blanco yeso o enjalbegadas con cal nítida”. ¿No es magistral y sorprendente a la vez la adjetivación? Con esa breve frase, el escritor de Monóvar nos hace oler el yeso, casi paladear la acidez de la cal, sentir la esencia de esas callejas tan conocidas y tan misteriosas al mismo tiempo.

 

 

 

 

Azorín cuenta un paseo que culmina en la catedral (en la Mezquita). Se ha cruzado con algún viandante, ha contemplado un asno enjaezado con rojos y amarillos arreos”, ha observado el paso tardo de “una viejecita” que “marcha lentamente” y se ha dado cuenta, como tantas veces hemos podido advertir en sus escritos, de “cómo se levantan tímidamente unos visillos, tras unos cristales”.  Accede a la catedral por el Patio de los Naranjos, observa cómo cuatro o cinco mendigos toman el sol, nos dice que cada media hora una moza lleva de agua un cántaro con el menguado chorro de la fuente, se fija en el salto de unos gorriones y se queda absorto ante el sonido de las campanadas de las horas, que se oyen ”lentas, acompasadas, sonoras”.

 

Una descripción austera, afilada, transparente. nos hace vivir las horas matinales en Córdoba como si nos encontráramos allí. Hemos hecho nuestra, gracias a su palabra, la esencia de la ciudad. Sin nombres propios, sin descripciones “turísticas”. Sólo con el lenguaje despojado de un escritor excepcional para captar el “alma” de las ciudades. Sólo nos falta un detalle para concluir el paseo. Azorín nos ilustra: “un fuerte y grato olor a leña, a ramaje de olivo quemado, se respira en las callejas y en las casas”. Inspiramos con fuerza, llenamos nuestros pulmones y hacemos nuestra la ciudad de Córdoba. A principios del siglo XX. Pues eso.